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Crónicas de viaje II :Mujeres migrantes




´´cómo las mujeres migrantes forjan nuevas miradas del Mundo´´

 Hoy seguimos este viaje. Puede que sea navegando en alguna patera, por avión, o simplemente cruzando las fronteras de Gaza, de India o de Afganistán. En este viaje, en esta crónica para esta publicación, nos vamos para América del Sur a entrevistar a una mujer, Criz Evelin Kamecki, nacida en Paraguay. Ella brinda su historia para compartir lo que todas las personas podríamos ser algún día: migrantes. Gracias Criz y esperamos que en este viaje nos deje un gustito por seguir en ruta.
Axia García (AG): ¿Cómo te sentís como mujer y persona migrante?
Criz Kamecki (CK): Junto a mi hijo, somos la tercera y cuarta generación de migrantes en mi familia, respectivamente… Si mi abuela aún viviera, tal vez vería todo esto, desde una mirada de tristeza. Ver cómo se repitió la historia vivida por ella, en su hijo, en su nieta, y en su bisnieto. Hoy, yo no lo veo con tristeza, tal vez lo miro desde el ángulo de la esperanza. Porque migrar les permitió, en su momento, sobrevivir a una guerra, salvando con ello, sus vidas, y permitiéndoles tener una familia. Hijos que tal vez no hubieran visto nacer si decidían quedarse a enfrentar aquella realidad… La opción de migrar en mi padre, tal vez sea dentro de todo, la más parecida a la mía… Aunque de todas maneras en las tres historias no hubo opciones. Por causa de la sequia, mi padre perdió toda la cosecha en el campo (Los Cóndores- Córdoba) y las deudas eran acuciantes… No le quedó otra alternativa que aceptar un trabajo de camionero, y con ello, tener que instalarse en Paraguay… Donde conoció a mi madre, y tuvo a su familia…
AG: ¿Cuáles fueron las opciones o situaciones que hizo que migraras?
CK: En mi caso, conocí la migración en todas sus aristas, en dos oportunidades. Por cosas de la vida, mis padres se separaron… Eso, sumado a la venta de un negocio que no daba para más y la edad de mi padre, nos terminó sumergiendo, de la clase media que éramos, a una que luchaba por sobrevivir.
Mi embarazo a los 18 y posterior alumbramiento, no hizo más que complicar todo, en cierto momento, porque no contábamos con el dinero para ello. Mis amigos se hicieron cargo de una parte de la deuda del hospital y mi madre, con la que no tenía una buena relación en esos momentos a causa de su separación con mi papá, de la otra parte.
Durante el primer año de vida de mi nene, el sueldo de promotora de super, lo dividía entre pañales, leche y mi padre, no dejando más que unos pocos guaraníes para mí… Por lo que la situación se volvía cada vez más difícil. Mi padre, al no conseguir trabajo, aceptó finalmente trabajar en una quinta, en el interior como le decimos en Paraguay, a todo lo que está alejado de la capital. Pero aquella plata, más lo que yo le daba, no le alcanzaba para vivir por lo que empezó a enflaquecer. En alguna oportunidad me habían ofrecido ir a Madrid para trabajar, pero la distancia, más la gente que me ofrecía eso, no me terminaba de convencer, más el hecho de que no conocía absolutamente a nadie fuera de ellos. Por lo que decidí a arriesgarme a venir a Buenos Aires. Dejé a mi hijo con mi mamá y llegué aquí en la semana santa del 2004.
AG: ¿Cómo fue tu experiencia una vez llegada a Buenos Aires?
CK: En los tres primeros meses, trabajé de empleada cama adentro. Pero la depresión pudo más que mi necesidad de dinero (nunca estuve tanto tiempo encerrada dentro de un lugar) y renuncié. Para entonces, mi papá había llegado de Asunción, y se instaló en la casa de mi tía en Florencio Varela que, más que casa, era un ranchito de chapa y plástico en esa época, con un baño sin techo en el patio. Pasamos el invierno ahí, haciendo changas, limpiando patios vecinos y trabajando de vez en cuando en limpieza, hasta que me surgió la posibilidad de trabajar en un campo cosechando arándanos.
AG: ¿Alguna vez habías trabajado en el campo?
CK: ¿Experiencia cosechando…? Cero… Lo había visto en Córdoba, en los campos de mis primos, pero nunca había participado. Se suponía que al ser una niña bien, no precisaba hacerlo. Pero, ante el hecho de ser extranjera y que ningún negocio me daba trabajo de vendedora o lo que sea, no quedó más de otra, que ponerse un gorro, una camisa larga, y sumergirme en la tarea que empezaba a las 6 de la mañana y terminaba cuando el sol empezaba a descender.  Esos dos pesos por hora nos ayudaron a pasar una Navidad, mejor que en los últimos años. Al poco tiempo, a mi papá le ofrecieron un trabajo de sereno en una obra, donde empezó a ganar lo suficiente para no preocuparme tanto por él y me permitió regresar a Asunción para estar junto a mi hijo.
AG: ¿Ahora, ya en Asunción algunas cosas ya se asentaron?
CK: Para marzo del 2006 me encontraba en Asunción estudiando en la Universidad, gracias a mis padres, también trabajando como agente de viajes y empezando a activar en política. También, gracias a la política, fue que en el 2007 supe lo que era trabajar en la Junta Municipal, en el cargo de Asistente de Bancada y de los concejales de mi partido. También conocí las luchas del poder dentro de los diferentes sectores del municipio y también en la gente que conocía. Pero aún era muy inmadura. Y al no saber cómo plantarme en algunas situaciones, y aún más, no saber enfrentarme a la gente que yo confiaba ciegamente, tuvo su consecuencia en mi deceso del contrato. En esos momentos mis reclamos no tuvieron eco en las personas que esperaba, pero hubo otras personas que creyeron en mí, y no me dejaron hundirme. No me podían contratar, pero me pagaban de su sueldo para que yo me ocupase de sus papeles, de una campaña política que estaba en curso. Eso les costó, en el partido, ser centro de chismes, pero a ellos no les importó, y hoy, estoy sumamente agradecida por esa valentía y de haberme devuelto la fe. Finalmente, después de las elecciones nacionales del 2008, elegí volver a Buenos Aires. Aunque había logrado acallar con mi proceder a todos, aún era muy reciente y muy pesada la mochila de la decepción de la gente en que admiraba.
AG: Volviendo a Buenos Aires…
CK: Empecé a trabajar esta vez, en una laminadora. Al principio, sólo era la telefonista. Luego empecé a ir a trabajar con los muchachos, a aprender a tomar las medidas de los vidrios, cortar las láminas, y colocarlas. Y con ello, también fui ascendiendo dentro de la importancia en esa pequeña empresa. Hasta el punto de ser la que prácticamente organizaba todo. Cuando la empresa empezó a crecer, mi jefe y su hermana, creyeron conveniente contratar a un jefe que tuviera un título universitario. Yo, no había terminado la facultad, así que quedé automáticamente fuera de la opción, relegándome al puesto de cortar las láminas y llevárselas a los muchachos, y eso, sin contar que aún debía asesorar al nuevo jefe. Decidí renunciar, luego de un año y medio de trabajo. Comencé a trabajar con algunas vidrierías conocidas, haciéndome cargo de las colocaciones de láminas, diseños, y también aprendiendo un poco a cortar vidrios, mover las hojas, etc. Comienzo a estudiar el idioma árabe y a hacer amigos. Gracias a eso, pude traer a vivir a mi hijo conmigo, a fines del 2009, y gracias al Consejo de la Comunidad Árabe, pudo entrar en el colegio de la mezquita de Palermo, que es al fin y al cabo laico, pero del cual, sin sus palabras, yo no habría podido encontrar una opción económica y de buen nivel educativo.
AG: Y tu militancia política, ¿cómo sigue en las tierras donde migraste?
CK: Al tiempo, unos amigos me recomiendan para la administración de una mutual y para el armado de un boletín que ellos publicaban. Hoy por hoy, la vida me encuentra haciéndome cargo aún del boletín pero también de ser la cara de mi partido. En Argentina, a raíz del referéndum en Paraguay, en que el 9 de octubre nos dio la oportunidad de volver a votar desde el extranjero.
Ello me permitió ver que la migración es algo permanente en mi país. Mientras no existan políticas de empleo y seguridad social y económica, seguirá ocurriendo. Y que depende de cada país, buscar la forma de proteger a sus conciudadanos, de los diversos peligros que pueden acompañar a sus pasos, llámese explotación, discriminación o trata de personas.
Me costó lágrimas y muchas noches de insomnio, dudar entre seguir o no, creyendo en el partido político en el que milito. Pero en este largo camino recorrido, entendí que un par de personas no son las que representan al partido, sino el conjunto de acciones que pueden tomar sus miembros, y la lucha que se encarne en pro de la ciudadanía.
Desde hace un poco mas de tres meses que corro, asisto a reuniones, recorro las villas, me interiorizo en cada historia personal, peleo con los referentes de otros partidos políticos que no se sienten a gusto que sea una joven y mujer, la que dé batalla.
AG: Y hoy Criz, ¿cómo estás en este proceso de vida como mujer y migrante?
Criz: ¿Si estoy cansada? ¿Si veo últimamente a mis amigos? ¡Si, estoy cansada y con el ritmo que llevo, veo poco y nada a mis amig@s! ¿Si mi familia ve con buenos ojos mi militancia? Tal vez, no lo sé.
Pero no puedo negar la felicidad que siento de hacer lo que siempre amé. Estar en la lucha, en la calle, en el día a día, peleando, denunciando actos, interiorizándome en cómo hacer proyectos de ley que puedan beneficiar, investigando, creyendo en que se puede construir algo mejor. Y se que se puede hacer.
Lo imposible, no existe.
Me quedo con la frase de Criz: “lo imposible no existe” Y refuerzo que, estemos donde estemos, migrantes o ciudadanía local, todos somos personas, nuestros derechos de seres humanos, los tenemos ya promulgados y en activo, ¡sólo debemos luchar por que se cumplan! ¡Migrar es un derecho de todos y todas! ¡Salud!
Hasta la próxima crónica de viaje. Compartiremos otras miradas de las mujeres migrantes. Cómo van cambiando y modificando interactuando en los países donde migramos. ¡Salud!
¡Seguimos enredad@s y enredando!

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